16/5/24

La traducción como género humanístico

«Trasluce una forma inusual de concebir la traducción, y lo hace demostrando un respeto reverencial hacia el sentido de las palabras»

Ensayo
El tiempo de la mariposa
Selma Ancira

Gris Tormenta, Ciudad de México, 2024

Lleva a sus espaldas más de cuarenta años en el mundo de la traducción y tres son los destinos que han trazado su carrera, una gran autovía de circunvalación de tres carriles que son Rusia, Grecia y España. Tres hitos topográficos desde los que Selma Ancira (Ciudad de México, 1956) ha logrado conquistar el premio más prestigioso de cuantos hay en el mundo literario, el reconocimiento unánime tanto de la crítica como de sus lectores.

Culpable de que miles de lectores hayamos podido leer en español a gigantes como Lev Tolstói, Marina Tsvietáieva, Yorgos Seferis, Maria Iordanidu, Yannis Ritsos o, más recientemente, Theodor Kallifatides, regresa ahora a la palestra literaria, en calidad de autora, de la mano de otro de sus escritores predilectos, Nikos Kazantzakis (1883-1957), con El tiempo de la mariposa (Gris Tormenta, 2024), un pequeño y exquisito diario donde rememora, como traductora del escritor cretense, el viaje que la condujo hasta su tierra natal para preparar la traducción de una de sus obras más significativas, Zorba el griego (1946).

No sorprende que, todavía hoy, muchos lectores lleguen a la novela a través de la adaptación cinematográfica de Michael Cacoyannis (1964). Protagonizada por Anthony Quinn, Lila Kedrova, Alan Bates o una inolvidable Irene Papas, la cinta ganó tres Oscar en 1965, compitiendo con películas como My Fair Lady (George Cukor), Mary Poppins (Robert Stevenson), Dr. Strangelove (Stanley Kubrick) o Siete días de mayo (John Frankenheimer). En la escena final, ya memorable, Zorba-Quinn bailaba el Sirtaki, una danza que muchos creían ancestral y que, inventada en realidad por Mikis Theodorakis ex profeso para la película, terminó convirtiéndose en lo que todavía algunos consideran el segundo himno nacional de Grecia. No es extraño, por tanto, que una inmensa mayoría de lectores haya conocido antes la película de Cacoyannis que la novela de Kazantzakis. Lo que sí es curioso es que a su traductora le sucediera lo mismo: «Nikos Kazantzakis llegó a mi vida por una película que no vi». Esta frase, con la que se abre el libro, se refiere a un recuerdo infantil en el que toda su familia, incluida ella, bailaba el Sirtaki de Zorba. Lo que probablemente Selma Ancira no sabía es que, con los años, ese canto dionisíaco a la vida, precioso epítome de la alegría de vivir, la conduciría inevitablemente hasta el escritor, traduciendo primero Zorba el griego (Acantilado, 2015) y, más tarde, Cristo de nuevo crucificado (Acantilado, 2018).

En este sentido, El tiempo de la mariposa es algo más que un diario de traducción; es un valioso testimonio literario compuesto de anécdotas, hallazgos y descubrimientos con los que Selma Ancira fue topándose en su afán por conocer el mundo, los lugares y la vida misma de Kazantzakis, un compendio de todo lo que, en la labor de un traductor, queda relegado inevitablemente a la invisibilidad y que nosotros, como lectores, nunca conocemos. La traductora nos hace testigos de sus peripecias y de ese modo tenemos la oportunidad, por ejemplo, de entrar en la casa natal del escritor en Myrtiá-Varvari, cerca de Heraklión; recorrer el majestuoso complejo palaciego de Knossos; visitar las playas de Stupa, donde se halla la famosa mina de la que Zorba quería extraer lignito; hablar con un pope «gordo y sonriente» del Monasterio de Arkadi, en Réthymno, que recuerda la heterodoxa religiosidad del escritor, aún condenada por la iglesia ortodoxa; sentarnos en una mesa para charlar con Walter Lassaly, director de fotografía de la película de Cacoyannis; o llegar a un café en mitad de una aldea y preguntar a un grupo de ancianos que juegan al τάβλι —el «tavli» es una suerte de backgammon griego— el significado de algunas palabras antiguas.

En definitiva, este libro trasluce una forma inusual de concebir la traducción, y lo hace demostrando un respeto reverencial hacia el sentido de las palabras y convirtiendo la importancia material que tiene la huella humana en el paisaje de la literatura en el primer motor de su trabajo. Aunque ahora sea el turno de Zorba y Kazantzakis, ya lo hemos visto antes en otros trabajos de Selma Ancira, como por ejemplo en el maravilloso proyecto Así era Lev Tolstói (Acantilado, 2017-2022), una compilación de testimonios directos e indirectos sobre el escritor ruso que va por su tercera entrega y que, independientemente de la recepción del gran público, esperamos por todos los dioses —incluido Tolstói— que continúe. Es aquí donde radica la diferencia entre el entretenimiento y la cultura; en que el primero no necesita hablar con nadie y la segunda, sin el diálogo, no existe. Por eso es tan importante El tiempo de la mariposa, porque no sólo nos habla de la necesidad de realizar un trabajo honesto, sino también del propósito y el significado que debería tener toda cultura que se precie de serlo.