24/9/24

Filosofar en tiempos de desorden

«La filosofía de Guillermo Fadanelli es demasiado violenta para el delicado aparato digestivo de la academia»

Ensayo
Desorden. Crítica de la dispersión pura
Guillermo Fadanelli

Random House, Ciudad de México, 2024

En un opúsculo muy ingenioso y estimulante titulado Diálogo sobre el método, Paul K. Feyerabend dice: «Un filósofo es un espíritu libre, un profesor (de filosofía) es un funcionario al que le pagan por seguir un programa». Yo no soy tan rad ical, pues creo que ha habido y hay profesores que también merecen el calificativo de filósofos, pero un filósofo debe ser mucho más que un mero profesor, debe ser —tiene el imperativo cívico de ser— un ciudadano que bajo ningún motivo o circunstancia podrá corromperse por el poder ni dejarse seducir por el lenguaje autorreferencial.

El profesor de filosofía y el funcionario que ponen a la academia y al partido por encima de todo, no son más que parásitos del erario público. Para estos cultores de la razón egocéntrica la sociedad queda fuera, anhelante de nuevas ideas y, sobre todo, de una nueva forma de vida. La filosofía de Guillermo Fadanelli (Ciudad de México, 1960) es demasiado violenta para el delicado aparato digestivo de la academia. En su más reciente libro de ensayos, titulado sentenciosamente  Desorden, nos muestra una vez más que su pensamiento está fundamentado en la experiencia vivida, no en la rumia académica.

La historia de la filosofía es un espejo de doble faz: de un lado brillan como soles las más grandes ideas; del otro, está un hoyo negro, una oscuridad tan inverosímil y artificiosa que sólo seduce a los imbéciles. Denunciante de la dispersión intelectual contemporánea, Guillermo Fadanelli se aleja por igual de la erudición gratuita y de los dogmas oscurantistas de la conciencia.

Todo empezó con la racionalidad antropocéntrica de los griegos, fundadores preclaros del concepto de «Academia», y culminó con el soberbio absoluto de los alemanes. Lo que Kant desde su autoritarismo patriarcal apenas bosquejó, Heidegger se atrevió a absolutizarlo. El culto profano a la autosuficiencia del lenguaje, que hace estragos en las Facultades de Filosofía del mundo entero, sería impensable sin la logodisea heideggeriana.

El problema con los profesores-funcionarios a los que se refería Feyerabend es que no tienen sentido del humor, y no sólo desconfían de la imaginación de los poetas y de los novelistas, sino que ven con odio y furia a todo aquel que se atreve a criticarlos. Es por ello que no deberá sorprendernos que la prosa acerada y corrosiva del libro de Fadanelli sea considerada en ciertos círculos universitarios como ejemplo de elucubración dispersiva.

Cuando los filósofos se convierten en referentes inalterables, la canonización es inevitable; en consecuencia, las universidades se transmutan en capillas donde se veneran los restos de un filósofo y de una filosofía ya muertos. Pero cuidémonos de malgastar los enconos: los enemigos de la filosofía no son Derrida, Popper o Habermas; no, los verdaderos enemigos de la filosofía son los antihumanistas que desprecian la ética y la filosofía. Lo primero que hace la casta que detenta el poder en un modelo autoritario es suprimir a las humanidades de los programas de educación básica. Si los estudiantes saturan su memoria con futbolistas, estrellas del espectáculo y políticos dedicados a la rapiña, difícilmente podrán distinguir la diferencia básica entre un sabio y un ignorante. En la democracia desigual e injusta que padecemos cuenta igual el voto de un filósofo que el de un militante; pero hay muy pocos, poquísimos filósofos, frente a una legión de militantes.

El origen de la filosofía es la duda, la pregunta fundadora del ser. Es natural e inevitable que la razón dude, como es fatalmente inevitable que la duda conduzca al temor. Y cuando una sociedad duda de todo y teme todo, como le sucede a la nuestra, el colapso es inminente. Con su prosa lúcida y crítica, Fadanelli nos previene contra el intento de negativizar con racionalizaciones obsesivas el estruendoso y caótico entramado de las sociedades actuales. ¿A quién o a qué recurrir para prevenir este colapso? La ciencia es arrogante en su verificación, sólo le interesan los hechos y cómo manipularlos, la religión suele ser presa de un dogmatismo paralizador que llega a profanar los valores esenciales; la filosofía, cuando se preocupa exclusivamente por el lenguaje y no por la vida y los significados de todo cuanto el ser humano hace, pierde su ímpetu moral y se vuelve estéril. Necesitamos una filosofía viva, no una rumia de conceptos que jamás se contaminan con las urgencias de la vida. Necesitamos ideas que nos permitan ir más allá del modelo civilizador injusto y dado a la rapiña en que vivimos.

Desde Sócrates y Platón sabemos que la filosofía tiene que ver con significados. Los significados son la mediación natural entre la ciencia y la religión; el significado es hijo de la luz, el logro civilizador por antonomasia. Un ser humano que no sabe distinguir lo que significan el bien y el mal no es todavía un ser humano, es una bestia de colmillo y garra. Y esto es lo que enfatiza una y otra vez Fadanelli, muy consciente de que sólo podemos acceder al significado pleno de la libertad con un sentimiento ético muy perfilado.

Si vamos a resignarnos y a seguir siendo una sociedad propicia a vivir en establos, de poco o nada nos puede servir la filosofía; su lugar entonces le corresponde a las letanías esotéricas y mercadotécnicas que nos enseñan a ser felices asegurando un lugar en el pesebre. Pero si hemos llegado ya a la conclusión de que es indispensable un cambio de modelo evolutivo, entonces la filosofía es esencial, y es dentro de esta aportación esencial donde debemos insertar el pensamiento de Fadanelli.