30/5/24

Claudia Ulloa Donoso: «Se puede estar deprimido sin saberlo»

Por Andrea Magaña

La entrevista es un género privilegiado en literatura, pues transforma la lectura en conversación y prolonga la intimidad de revisar y subrayar los pasajes que nos dejan una mayor impresión como lectores. En el caso presente, platicamos con Claudia Ulloa Donoso (Lima, 1979), narradora y ensayista latinoamericana que reside en el norte de Noruega, autora también de los libros de cuentos Pajarito (2015), El pez que aprendió a caminar (2013) y Séptima Madrugada (2007). En esta breve entrevista nos habla del contexto en que escribió su primera novela, Yo maté a un perro en Rumanía, publicada por Almadía (2022) y otros sellos latinoamericanos, así como de sus obsesiones e intereses particulares.

Andrea Magaña.― Todo escritor comienza con sus lecturas. ¿Cuáles son los referentes literarios que te han acompañado a lo largo de la escritura de Yo maté a un perro en Rumanía?

Claudia Ulloa.― Escribí la novela a lo largo de seis años; en ese tiempo sucedió la pandemia, un par de años en los que no leí casi nada ―o nada―. Recuerdo haber vuelto al Libro del desasosiego de Pessoa, también leía la Biblia y, como siempre, no dejé de leer poesía. Quizá los mismos poemas que ya conocía de Lorca, de Vallejo o de Eielson, que son mis poetas de cabecera.

A. M.― Tú, al igual que el personaje principal de la novela, eres migrante latinoamericana viviendo en Noruega. ¿Qué implicó para ti hablar sobre la migración?

C. U.― No fue consciente la elección de ese tema en la novela. Para mí siempre fue la novela sobre un viaje.

A. M.― Cioran, el filósofo rumano, decía que todos somos perseguidos por nuestros orígenes. ¿Podrías contarnos los tuyos?

C. U.― Yo nací en Lima. Mi familia materna tiene orígenes en Chile y toda mi familia paterna es ecuatoriana. Desde la lejanía de Noruega y con las experiencias vividas, los amigos y los viajes, puedo decir que me siento latinoamericana.

«Desde la lejanía de Noruega puedo decir que me siento latinoamericana»

A. M.― Yo maté a un perro en Rumanía es una novela sobre el viaje, dices. ¿Qué te llevo a querer escribir sobre esto? ¿Bajo qué circunstancias conociste Rumanía?

C. U.― Fue un viaje corto de vacaciones, como lo hace la mayoría de gente: buscar pasajes baratos, fechas… No hice un viaje por tierra. Después de tanto tiempo el recuerdo es difuso.

A. M.― La Rumanía que narras en la novela, bien podría ser México o Perú. ¿Qué tanto tienen de latinoamericanos los rumanos?

C. U.― Mi impresión es que mucho: aspecto, costumbres y vida familiar. No puedo decir que conozco perfectamente la cultura rumana porque no es cierto, pero hay cosas que se perciben, la familiaridad de los gestos o los lugares.

A. M.― El personaje principal navega el mundo de manera adormecida, en un aletargamiento constante debido a la adicción a las pastillas para la depresión. ¿Dirías que la novela es un recorrido por las distintas etapas de la depresión? ¿Por qué hablar de las sustancias psiquiátricas?

C. U.― No sé si podría hablar de etapas de la depresión ya que es una enfermedad que afecta de manera distinta a cada individuo. También se puede estar deprimido sin saberlo y, a lo mejor, por mucho tiempo; entonces no hay terapias, ni ningún tratamiento y mucho menos manera de saberlo si no es con distancia y tiempo. El hecho de que la protagonista sea adicta a una sustancia solo es parte de la historia. También pudo ser alcohólica y cambiar las pastillas por alguna botella escondida en los bolsillos. Servía para la historia el hecho de que ella se metiera esas pastillas debajo de la lengua: como recibir una hostia invertida y soterrada.

A. M.― Una particularidad de la novela es el ritual funerario que acompaña a los personajes en Rumanía. Háblanos de cómo llegaste a este ritual que tiene resonancias con el Día de Muertos en México.

C. U.― Lo vi hace mucho en un documental sobre ritos funerarios y me impresionó que en algunas partes del mundo se desentierren los huesos, se limpien y se vuelvan a guardar en el nicho. Tengo las imágenes de ese documental muy grabadas en la cabeza. Todos hemos estado alguna vez en un funeral y creo que la primera se queda como el recuerdo más marcado. Yo recuerdo esa primera vez que fui a un funeral, un velorio, no tendría más de cinco años y claro que me impresionó.

«Quizá prefiero leer a los poetas muertos y que hablen en mí a través de sus versos»

A. M.― Los capítulos de la novela giran en torno a la animalidad: perro muerto, jauría, ladridos y mataperros. ¿Ves al perro como un espejo de los personajes? Hacia el final es evidente la mimetización del perro con el personaje principal.

C. U.― Puse al perro ―negro― como símbolo de la depresión. Ambos se mimetizan pero desde los opuestos. El perro, aunque habla desde su muerte, está más vivo y lúcido que cualquiera. Ella está viva, viaja, se encuentra con nuevos lugares y personas y, sin embargo, está siempre adormecida.

A. M.― Me parece que la poesía toma una parte importante dentro de tu narrativa. Si pudieras organizar una tertulia con poetas muertos, ¿a quiénes invitarías?

C. U.― He pensado mucho para responder esta pregunta y me ha generado un sentimiento de extrañeza. Quizá sea que prefiero leer a los poetas muertos ―y no escucharlos hablar― y que hablen en mí a través de sus versos.