28/5/24

Ritmáquinas solares

«Ojeda nos hace cantar la tecnofiesta del sol entre los picos nevados y las ruinas del Antropoceno»

Novela
Chamanes eléctricos en la fiesta del sol
Mónica Ojeda

Random House, Madrid, 2024

Hacia mediados de la década de los 90, el colectivo CCRU o «Unidad de Investigación de Cultura Cibernética» de la Universidad de Warwick se propuso analizar las producciones sónicas y encontrar un lenguaje capaz de dar cuenta de la entonces intensísima escena musical del jungle y el drum & bass, con sus raves y su creación de futuros oscuros y distópicos, tributarios del ciberpunk. En esta línea, Kodwo Eshun enlazó ―en su seminal compilación de ensayos Más brillante que el sol― las inquietudes recién anotadas con la estética y el pensamiento afrofuturista. Pronto, esta idea de un futuro alternativo a la proyección lineal desde el devenir tecnocapitalista de la modernidad patriarcal, blanca y eurocéntrica cimentó la noción de futuros alternativos y audibles: ya no los de una humanidad sino los de un abanico de post-humanidades futuras. Para algunos había llegado el fin de la historia y quedaba inaugurada la era de la retromanía y lo que Fisher llamó el realismo capitalista; para otros, brotaban por todas partes futuros diferentes, agotada la temporalidad moderna ―única y universal― de la metrópoli europea.

En su nueva novela Chamanes eléctricos en la fiesta del sol, la escritora ecuatoriana Mónica Ojeda (Guayaquil, 1988) explora desde una ficción coral ―urdida por distintos narradores individuales y una colectiva― este rebrote insurgente del futuro desde la música y los cuerpos afectados por el sonido y el ritmo: lo que Eshun en su momento llamó la «ritmáquina». Dando por sentado un concebible andinofuturismo ―que cabe sumar a la lista de proyectos especulativos de la ciencia ficción latinoamericana más reciente, entre ellos el taínofuturismo del cubano Erick Mota―, en el que los saberes ancestrales de la región pautan y resignifican la tecnología y la construcción de lo real sin apelar necesariamente a los recursos de la ciencia ficción más prospectiva y, a la vez, sin dar la espalda a recursos del realismo o incluso de lo testimonial, el libro narra las experiencias de un grupo de jóvenes en un festival de música tecno-ancestral y, de paso, el complicado reencuentro de una chica con su padre, que debió abandonarla años atrás debido, entre otros asuntos, a la violencia extrema de las bandas, el narcotráfico y el estado represivo que asolaba ―y asola― la región.

El mix propuesto por Ojeda es más brillante que el sol sobre la cordillera, y no hay manera de leer ninguno de los segmentos o capítulos de su novela sin entregarse a ―sin abrirse a, sin ser abierto por― un vértigo que inestabiliza las ontologías que damos por sentadas y, más que apuntalar la apelación identitaria básica hacia las comunidades y saberes de los pobladores originarios de la región andina, proyecta estas últimas no hacia un «adelante» lineal sino más bien hacia un rizoma o una maraña de tiempos ―y futuros― posibles en los que lo humano, mutado por el sonido, la música y las sustancias alucinógenas, deviene una serie de entidades anómalas e inquietantes ―cuasi-demonios, podría decirse― o parte del paisaje, como si los protagonistas vacilasen ante el gesto terminal-ballardiano de fundirse con el «geotrauma» de la cordillera ―por usar otro término propuesto en su momento por la CCRU y su teórico hipersticional Daniel Barker―, más allá de todo intento de reconocer umbrales o fronteras nítidas entre lo vivo y lo no-vivo, entre lo biológico y lo mineral, entre los afectos humanos y las erupciones volcánicas.

Quizá sea importante retomar la idea de un cierto downplay del componente especulativo inmediato, pensado específicamente como la posible resonancia del texto con una lectura desde la ciencia ficción. Esto, que estaba de alguna manera más presente en Nefando, la primera novela de Ojeda, retrocede un poco en Chamanes eléctricos, que hace un esfuerzo más notorio en vincular la visión de futuro de los saberes ancestrales que en desplegar tecnologías futuras y, a la vez, se acerca tentativamente al weird contemporáneo ―del mismo modo que en la narrativa de escritoras como Solange Rodríguez Pappe, Giovanna Rivero y Liliana Colanzi también ha podido notarse en los últimos años un desplazamiento desde la ciencia ficción hacia el weird―, en especial en los momentos en que algunos personajes –que «desaparecen» del festival y permanecen en la montaña– se convierten en entidades integradas a ese continuo entre lo humano, lo biológico y lo geológico mencionado más arriba, cuya agencia y objetivos parecen irrepresentables en términos exclusivamente antropomórficos.

En la coda de su clásico de 1969 «Memory of a free festival», David Bowie, siempre preocupado por oír los futuros posibles, entonó y repitió como un mantra las líneas the sun machine is coming down / and we are gonna have a party («la máquina solar ya desciende / y tendremos una fiesta»); cincuenta y cinco años más tarde, Ojeda nos hace cantar la tecnofiesta del sol entre los picos nevados y las ruinas del Antropoceno.