9/6/24

Veinticinco escolios de Nicolás Gómez Dávila

Por Guillermo de la Mora

Podría decir que leer a Nicolás Gómez Dávila (Bogotá, 1913-1994) es un placer tan delicado como provocador. Pocas ocasiones en las letras hispanas coinciden de manera tan natural la sentencia poderosa y la elegancia expresiva. Este caballero bogotano, criado en París, vivió el siglo pasado casi en su totalidad, siendo testigo de importantes cambios políticos e ideológicos a nivel global. Ante su mirada crítica, él mismo se consideraba como un «auténtico reaccionario», pues se permite dudar del entusiasmo del progreso y sentir nostalgia por ciertos elementos del pasado. No se trata, sin embargo, de una momia retrógrada, sino de un dandy romántico, delicado, tropical, católico y terrateniente. Sobre todo, de un pensador heterodoxo y travieso, elementos de mayor relevancia aún. Aquí, reproducidos por gentileza de la editorial Atalanta, les comparto una selección de sus «escolios», como llamaba él mismo a sus aforismos.


El hombre se arrastra a través de las desilusiones apoyado en pequeños éxitos triviales.

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La tiranía de un individuo es preferible al despotismo de la ley, porque el tirano es vulnerable y la ley incorpórea.

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La inteligencia sólo plagia cuando no preña lo que roba.

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La idea desarrollada en sistema se suicida.

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Sólo sabemos resolver los problemas que no importan.

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Dudar del progreso es el único progreso.

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Quien trata de educar y no de explotar, tanto a un pueblo como a un niño, no les habla imitando a media lengua un lenguaje infantil.

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El hombre vive de sus problemas y muere de sus soluciones.

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No reprobamos el capitalismo porque fomente la desigualdad, sino porque favorece el ascenso de tipos humanos inferiores.

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El místico es el único ambicioso serio.

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Envejecer con dignidad es tarea de todo instante.

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El tonto no se inquieta cuando le dicen que sus ideas son falsas, sino cuando le sugieren que pasaron de moda.

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La violencia política deja menos cuerpos que almas podridas.

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La opinión del joven no revela lo que piensa, sino a quién ha leído.

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El imbécil es el que no percibe sino lo actual.

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Desde Blake, Wordsworth y el Romanticismo alemán, la poesía moderna es una conspiración reaccionaria contra la desacralización del mundo.

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Para explotar al hombre unos predicaron que debe renunciar a bienes terrenales; otros, para explotarlo mejor, pregonan que debe codiciar bienes terrestres.

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La virtud que no duda de sí misma culmina en atentados contra el mundo.

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Hombre inteligente es el que mantiene su inteligencia a una temperatura independiente de la temperatura del medio que habita.

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Las sociedades agonizantes luchan contra la historia a fuerza de leyes, como los náufragos contra las aguas a fuerza de gritos. Breves remolinos.

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La sabiduría, en este siglo, consiste ante todo en saber soportar la vulgaridad sin irritarse.

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Las ideas generales que venden en la plaza no alimentan a nadie, pero muchos viven de ellas.

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Recelemos del que vive a caza de argumentos para convencer a los demás. La inteligencia ambiciona sólo convencerse a sí misma.

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No hay victoria espiritual que no sea necesario ganar cada día nuevamente.

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La educación primaria acabó con la cultura popular; la educación universitaria está acabando con la cultura.